Destierros

Desde el fondo de la historia, el “destierro” siempre fue vivido como la pena máxima, el castigo mayor que puede imponerse a un ser humano. Más temido que la muerte misma. Figuras relevantes han sido víctimas de esta situación. El lugar común es Napoleón y su destierro en Santa Elena. Si embargo hay muchos más. Aún en las mitologías, el destierro, a menudo convertido en exilio hace acto de presencia. Son los propios dioses quienes castigan a sus pares enviando a unos al Hades, a otros a vivir entre los mortales, a otros a perder su condición de dioses, despojándolos de todo poder que pudieran ostentar.

El destierro (exilio) como castigo tiene ese objeto final. Quitar la identidad del castigado. Para ello es preciso que el mismo sienta que ya NO ES. Y ese dejar de ser es el peor castigo.

En nuestra vida cotidiana el destierro adopta múltiples formas y magnitudes. Podemos ver formas de destierro en la esclavitud, en la cosificación, en las clases sociales, en las relaciones personales.

Un ejemplo claro es cuando una clase dominante se hace cargo de las demás, quitándole espacios y posibilidades hasta que la que se encuentra en inferioridad de condiciones desiste de su lucha y se subyuga ante el más poderoso. Deja de ser lo que era para ser lo se pretende de ella. Ya no es más. Aparecen los descastados. Los que están condenados a vivir en la periferia de la sociedad sin poder integrarse a ella como cuando se habla de pobreza estructural, por ejemplo.

Un desempleado puede ser un desterrado. Un enfermo sin posibilidad de pagar su atención médica o sus medicinas puede ser un desterrado. Un desclasado puede ser un desterrado. El destierro implica la figura del out sider. Alguien que no pertenece más. Un individuo que ha perdido su pasado, carece de presente y por ende no puede establecer contacto con el porvenir. No está en ningún lado. No está donde estaba, pero tampoco donde quiere estar.  Porque no lo dejan, porque no sabe como, porque con todas las demás cosas que ha perdido también se ha quedado sin fuerzas.

Un caso que es prototípico pero pasa muchas veces inadvertido es el de aquel que debe dejar su casa en una situación muy común en nuestra sociedad, tal es el caso de un divorcio o una separación.

Tomemos un caso hipotético, que sin embargo es bastante frecuente. El hombre que debe abandonar su casa en medio de una separación. Además ese hombre desarrolla su actividad laboral en esa misma casa. Por ejemplo, tiene un taller mecánico en la planta baja y la familia vive en el piso superior. La propiedad es de la mujer, quien la heredó de sus padres. Tras varios años de convivencia deciden que lo más sano es separarse e intentar reacomodar sus vidas cada uno por su lado. Independientemente de la buena voluntad de las partes, una separación siempre es traumática. Para todos. No hay manera de evitar el sufrimiento y la frustración asociados. Sin embargo, si prestamos atención al ejemplo elegido, cuando el varón abandona la casa, no solo se separa de su mujer y de un proyecto familiar. También deja atrás un hogar, un trabajo, un lugar. SU LUGAR. Ya no es más el marido de, tampoco es más el padre presente de. Tampoco tiene más acceso libre a sus hijos, sus mascotas, su sillón preferido y su parrilla.

En un minuto esta persona deja de SER. En todos los aspectos que vimos en la descripción anterior. De pronto, aunque lo haya consensuado, toda su vida cambia. Y pasa a la condición de desterrado. No tiene hogar, ni trabajo, ni familia. Está solo en un mundo que tan hostil como siempre ahora se presenta mucho más belicoso e insensible. No ha quedado nada de lo que era. Hasta los mínimos detalles le recuerdan su condición. Para cualquier lado que estire sus brazos siempre encuentra objetos y personas extrañas a él. Donde dirija la mirada encontrará formas diferentes y nuevas. Sus oídos deberán aprender a distinguir nuevos sonidos, nuevas voces. Su cuerpo deberá aceptar una nueva cama.

Y aquí aparece por primera vez una palabra que es esencial para enfrentar este destierro (o cualquier otro) ACEPTAR. Aceptar que esa es la situación actual y que hay que construir a partir de ella. Lo contrario es negar el momento y navegar en círculos en medio del dolor, la bronca, la melancolía, la autoconmiseración. La aceptación  formal de un hecho es la llave que permite construir a partir de. Es el momento en el cual es posible empezar a imaginar otros mundos posibles. Otras formas diferentes. Implica una renuncia al pasado para dirigirse al presente y preparar el futuro. Lo que estaba no está más. Hay que hacer algo nuevo, diferente. Hace falta coraje, convicción, determinación, creatividad, confianza. Y todas esas cosas tal vez hayan quedado metidas en el fondo de una valija o un bolso. En estos casos el primer paso es ir a buscar todas esas herramientas para empezar a construir lo nuevo. Un Consultor Psicológico (Counselor) tendrá la responsabilidad de acompañar este proceso de redescubrimiento y ayudar para que el período de desconcierto sea lo menos prolongado posible. El Counselor debe auxiliar y motorizar el cambio y la refundación. Puede ser el ejemplo anterior, o una enfermedad. Puede ser la pérdida de un trabajo o una decepción importante. Para dejar de ser un desterrado hay que renunciar a lo que no se es más, para reinventarse en un nuevo lugar y desde ahí darle forma al futuro. Para volver a Ser.

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